“Ninguna profesión como la de las ciencias de
la salud tiene tal virtud de acercamiento a la persona, porque se vive y se ve
vivir en el sufrimiento, dolor, esperanza, muerte y amor [...] el médico aprende a ser más humano, a valorar lo
que aún él tiene de salud, de integridad, vida… a acompañar y compartir el
sufrimiento [...], en fin, aprende a amar”.
Ma.
de la Luz Casas. Conocer y amar: vocación médica. Cuadernos de Bioética
1998;34(9): p.327.
Hay en esta profesión algo especial, desarrolla su acción en estrecha
cercanía a la persona, al servicio de sus bienes más preciados: la vida y la salud.
Lo hace precisamente en momentos cruciales de la existencia como son su
jubiloso inicio, su siempre dramático fin y durante la enfermedad, esa
situación en la que el individuo sufre además de los síntomas propios de su
condición, la más radical pobreza, limitación y dependencia. Es por ello que la
medicina es uno de los servicios más nobles, honorables y dignificantes, ámbito
privilegiado de enriquecedores modos de relación interpersonal y de encuentro a
la real medida del ser humano.
Cuando la vocación, la competencia profesional y las virtudes morales
resultan plenamente integrados en nuestro ser y quehacer, la profesión médica se
convierte en una especie de segunda naturaleza, un verdadero estado de vida que
permite establecer modos de relación cada vez más creativos y enriquecedores.
Reciban nuestra felicitación todos los médicos orgullosos y
comprometidos con su profesión. . Felicidades a los que a pesar de las más
adversas circunstancias, no se dejan morder por el desaliento y la
desmotivación deshumanizantes; a toda la gente buena que está poniendo su alma
de raíz, para no secarse.
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